martes, 5 de septiembre de 2017

En silencio.

 
 
 
 
Él siempre me cerraba la boca suavemente con su dedo en aquellos momentos.
Siempre.
Y yo siempre le preguntaba por qué. Pero él jadeaba, tan ocupado en amarme, que no me respondía, sino con un romántico “no digas nada
Y yo pensaba que era muy romántico el considerar que estaban de más las palabras en esos momentos en que nos decíamos un “te amo” con todo nuestro cuerpo.
Siempre en esos momentos en que éramos uno, me decía “no abras la boca”, “shhhhh, no hables, amor”, ¡y se escuchaba tan romántico!…
Me derretía pensar que él no necesitara que yo hablara para que entráramos en sintonía; me emocionaba que no necesitáramos hablar…
Con su “no abras la boquita amor”, me hacía sentir la mujer más deseada del universo…

Hasta que un día, después de hacerlo, y mientras ambos, acostados de espaldas, y exhaustos mirando el cielo raso, sin mirarlo, le pregunté –esperando una respuesta tan romántica como esas invitaciones a amarnos en silencio por qué no le gustaba que le hablara mientras lo hacíamos…


- Es que tienes pésimo aliento, amor…-  me dijo…





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