viernes, 2 de octubre de 2009



Las mujeres no juegan limpio.
O “la guerra de los sexos, es una guerra sucia”.
Desde la más tierna infancia, cuando jugamos niñas y niños a “pillarnos”, los varones perseguimos a los demás, los “pillamos” sin compasión, pero cuando estamos a punto de “pillar” a una niña, ésta invoca con premura la fórmula mágica: “bola”, “bolaca”, “bolilla”, o alguna otra palabreja parecida, para hacer notar cierto estado de inmunidad, cierta substracción temporal del juego, que, dicho sea de paso, es opuesta sólo cuando su derrota es inminente; la idea es enervar la acción del macho y su triunfo también inminente.
Los varones les respetábamos esas patrañas.
Esos juegos infantiles no cambian con el correr de los años; los hombres no maduramos, sino que cambian de tamaño nuestros juguetes, y las hijas de Eva, tampoco maduran, sino que echan manos a maniobras más sofisticadas de manipulación.
Sí, tengo una visión reduccionista del problema, y qué.
A diferencia de las acérrimas feministas, con lo dicho no digo que el sexo opuesto sea el malo, y nosotros -los varones- los buenos. Digo, por el contrario, que el machismo, la desigualdad fundada en el sexo, los “subsidios” dados a las mujeres, las cargas que sufrimos por el simple hecho de ser varones o de ser mujeres, son malísimos, y he ahí el verdadero enemigo común para hombres y mujeres (para mujeres y hombres, para que no se enoje la feminista).
¿De verdad creen que vivir en una sociedad machista es miel sobre hojuelas para muchos de nosotros? ¿De verdad creen que esos paradigmas de comportamiento nacen sólo de los hombres? En fin, ¿ser mujer es equivalente a ser santa, o a ser una especie de minusválida social?
A las mujeres no les gusta que les llamen “sexo débil”, pero bien que no escatiman echarse Mentolatum en los ojos en las audiencias ante los Tribunales de Familia, cuando hay que pelear alimentos, visitas o sea lo que sea que les brinde cierta victoria sobre el “inútil” (el ex).

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