miércoles, 7 de octubre de 2009

Por qué no votaré por Marco...



Marco es un chicle de esos que uno mastica demasiado tiempo. Evidentemente, mucho tiempo se paseó por los molares concertanistas, y hoy lo vemos tratando de pasearse por los incisivos de la Izquierda y meneándole el trasero a los colmillos de la Derecha. Aparte de eso de privatizar Codelco (ya, ya, sé que hay matices en su propuesta, pero redondeemos), dar loas a la economía de libremercado, darle la alabanza oportunista a la figura de Pinochet, ha dado el último dulcecito al electorado de derecha: no votará por Frei en segunda vuelta.
Entonces, por ser un chicle, que no sabemos por qué parte de la boca aparecerá en su convulsionada danza de la masticada, no votaré por Marco.
En segundo lugar, es un chicle ya masticado sin gusto a nada. Un observador externo, que no lo conociera, no dudaría por ubicarlo, conforme a lo que dice, promete, y asegura, en la derecha del espectro político. Pero se dice progresista, de inspiración izquierdista. Si alguien osa preguntar acerca de las aparentes contradicciones lógicas de su discurso, no duda en explicarlo –y lo peor, justificarlo- con esa cantinela de que así es él: joven, impetuoso, contradictorio –como su origen-, con ganas de hacer el cambio, pero continuando con lo de Bachelet, gobernando con los mejores, y otras tantas frases aprendidas de memoria, como artilugio para escapar de preguntas que claman por respuestas importantes. Es decir, justifica su oportunismo, y su insipidez, en su perfil y carácter personales de contradictorio, “díscolo”, etc. Cómo si uno votara por la persona (aún en regímenes presidencialistas, como el nuestro. Como si ser díscolo, en política y en nuestro sistema político, sea una virtud).
En otras palabras: Cuando se le pregunta a Marco “¿Qué diablos es usted?, Marco contesta: “Soy todo y soy nada. No me amarro, estoy lleno de contradicciones, soy el cambio y la continuidad… Soy joven”. Y uno no está para presidentes adolescentes.
En tercer lugar, es como esos típicos chicles que la gente sin educación pega en los asientos de las micros o debajo de los pupitres: se pegan. No es casualidad que después de haber gritado a los cuatro vientos su vocación de cambio, ahora, después de los altos índices de popularidad de Bachelet, se pegue a su línea de gobierno, y más aún, a su persona.
No votaré por Marco, porque prefiero las reglas claras a priori. No juego ningún juego sin saber antes las reglas del mismo. No voto por Marco, porque cuando el chicle se le pega en el pelo o en el pantalón a uno, cuesta tanto tiempo sacarlo… y a veces no queda otra que meterle tijeras al asunto.
No voto por Marco, porque los chicles son mejores con gusto a algo…

viernes, 2 de octubre de 2009



Las mujeres no juegan limpio.
O “la guerra de los sexos, es una guerra sucia”.
Desde la más tierna infancia, cuando jugamos niñas y niños a “pillarnos”, los varones perseguimos a los demás, los “pillamos” sin compasión, pero cuando estamos a punto de “pillar” a una niña, ésta invoca con premura la fórmula mágica: “bola”, “bolaca”, “bolilla”, o alguna otra palabreja parecida, para hacer notar cierto estado de inmunidad, cierta substracción temporal del juego, que, dicho sea de paso, es opuesta sólo cuando su derrota es inminente; la idea es enervar la acción del macho y su triunfo también inminente.
Los varones les respetábamos esas patrañas.
Esos juegos infantiles no cambian con el correr de los años; los hombres no maduramos, sino que cambian de tamaño nuestros juguetes, y las hijas de Eva, tampoco maduran, sino que echan manos a maniobras más sofisticadas de manipulación.
Sí, tengo una visión reduccionista del problema, y qué.
A diferencia de las acérrimas feministas, con lo dicho no digo que el sexo opuesto sea el malo, y nosotros -los varones- los buenos. Digo, por el contrario, que el machismo, la desigualdad fundada en el sexo, los “subsidios” dados a las mujeres, las cargas que sufrimos por el simple hecho de ser varones o de ser mujeres, son malísimos, y he ahí el verdadero enemigo común para hombres y mujeres (para mujeres y hombres, para que no se enoje la feminista).
¿De verdad creen que vivir en una sociedad machista es miel sobre hojuelas para muchos de nosotros? ¿De verdad creen que esos paradigmas de comportamiento nacen sólo de los hombres? En fin, ¿ser mujer es equivalente a ser santa, o a ser una especie de minusválida social?
A las mujeres no les gusta que les llamen “sexo débil”, pero bien que no escatiman echarse Mentolatum en los ojos en las audiencias ante los Tribunales de Familia, cuando hay que pelear alimentos, visitas o sea lo que sea que les brinde cierta victoria sobre el “inútil” (el ex).