¿Será cierto que la felicidad se
puede comprar en cómodas cuotas mensuales?
A mí me repulsa un poco que el
mensaje publicitario sea algo como: las
personas que tienen bienes son felices >
Las personas felices, son, entonces, quienes tienen poder adquisitivo
para comprar dichos bienes > Las personas con poder adquisitivo son las
pudientes o de segmentos altos > luego, la felicidad está reservada a los
ricos > pero gracias a ABC Din, una persona sin ser de segmentos altos,
tiene poder adquisitivo (vía crédito) > luego, gracias a ABC Din esa persona de segmentos bajos podrá tener bienes o,
lo que es lo mismo, será feliz.
Entonces, la puerta de la felicidad se abre con el plástico de la
tarjeta.
Yo aún reflexiono acerca de eso
llamado felicidad. Pero si de algo estoy seguro, es que la felicidad no es comprar/consumir/tener.
Ana -llamémosleAna Neighborhood- y yo éramos
quienes siempre concursábamos en literatura. Y ganábamos. Competíamos entre
nosotros por la hegemonía de los trofeos que se ganaban para el Liceo
Comercial.
Para
sus profes (estudiaba secretariado) ella era la genio de las letras, una
posible Nobel para Chile. Para mis profes, yo era ese.
No sé
si además Ana Neighborhood era la primera de la clase, pero evidentemente
idiota no era.
Una
vez intentamos asistir a un mismo taller de literatura del Liceo; tal vez
nuestros profes quisieron potenciarnos. Pero mi misantropía y egoísmo de hijo
único, y su talento y autoconciencia de ser lavedettede las letras del Liceo hicieron
inviable esa idea de los profes. Seguimos, entonces, ella por su lado y yo por
el mío, pero ambos sabíamos que llegaríamos lejos, y ella se creía el cuento
más que lo que mi inseguridad crónica me lo permitía a mí.
Nuestros
caminos se separaron en cuarto medio, y bueno, no la vi más, ni siquiera la
recordé. Asumí que ella iría a alguna universidad tradicional, o siendo
autodidacta, de todos modos bebería del éxito. A estas alturas ya la hacía con
algo publicado, y tal vez, con algúnbest
sellera cuestas. A lo menos
la hacía escribiendo para algún famoso escritor, y siendo madre anónima de
algún libro famoso. Pero siempre pensando en que llegaría a Suecia a
recibir cierto premio.
Sin
embargo, años después de esos pensamientos, volví a ver a Ana
Neighborhood. Yo, como ellooserque soy, viajando en una de esas
micros Quibus, que se desarman solas, la que pasaba por uno de las poblaciones
más marginales de Quillota, alcancé a esconder mi vergüenza del fracaso de no
cumplir con las promesas que ni siquiera hice (pero que otros hicieron por mí);
alcancé a correr la cortina de la ventanilla, para que Ana no viera que al fin
la carrera dejó de ser apretada, y yo quedé muy atrás, mordiendo el polvo;
alcancé a agacharme para ocultar a Ana mi derrota, y evitar así que se riera y
regocijara en mi condición.
Como
era de esperar, dada mi mala suerte, en esa esquina había un disco pare, y la
micro se detuvo, quedando mi ventana a la mismísima altura de Ana Neighborhood…
Todo
giró en mi cabeza en esos escasos segundos, y sentí como la sangre me subía a
la cabeza, y los colores me ardían en el rostro. Se detuvo mi respiración.
Ana se
veía realmente feliz, muy feliz. Iba con una guagua en brazos y acompañada de
quien, de seguro, era su pareja.
….Ana,
sin embargo, no me vio: iba demasiado apurada en cerrar con llave la puerta de
su casa e intentar subir con su guagua y pareja a otra micro, tanto o más
destartalada que aquella en que iba yo…
He
aquí la paradoja. Sentí una incomodidad, como la que debe sentir mi PC cuando
lanza una de esasbluescreenantes de apagarse, me puse pálido y me
dio frío. No logré en su minuto, ni logro ahora, procesar lo que vi.
Ana,
de seguro, no era rica; se veía limpia pero muy humilde. No adelgazó, seguía
tanto o más gorda que en el Liceo. Seguía, además, igual de fea. No tenía auto
y viajaba en micro como el perdedor que suscribe. Aparte, su pareja también yo
la ubicaba: era un tipo que, en nuestros tiempos del liceo, él ya era
veinteañero, y trabajaba como vendedor de zapatos en Bata; en ese tiempo ya era
medio calvo y era un verdaderoborderline.
Un virtual idiota, unlooseraventajado.
Y más
aún, Ana Neighborhood no se había ganado el Nobel, probablemente no estaba en
ninguna universidad dando clases, e incluso, probablemente, ni siquiera había
pasado por una. No tenía al parecer losbest
sellerque yo ya le colgaba.
Ana Neighborhood nadaba en el mismo charco de fracaso que yo, o al menos eso me
parecía a mí.
Pero
otra vez, para variar, me equivocaba: el charco era todo mío.
Ana se
veía radiante, incluso hasta bonita desde cierto ángulo. Se veía feliz, como
esas personas que huelen a felicidad, como que exudan felicidad, que contagian
felicidad. Se veía plena, realizada, luminosa. Y no exhibía ademán alguno de
querer esconderse del mundo. Ella no estaba en mi charco, sino que, por
el contrario, Ana Neighborhood era la reina del mundo, una diosa, con su
guagua, con sumarido/parejalimítrofe, y con su “no Nobel”.
Ana es
tremendamente feliz, con todas las luces y sombras del término.
Como
sea, y aunque hasta el día de hoy, no logro razonar el por qué de su
felicidad, el extraño caso de Ana Neighborhood me ha dado una de las
lecciones más importantes de mi vida.