
Hay veces en que me siento un fracasado.
En que amanezco y tomo conciencia de que no somos más que formas de vida básicas a base de carbono, naciendo para morir, tan egoístas que si no fuera por el instinto de conservación de la especie (es un eufemismo, sabés a qué me refiero) ni siquiera se molestarían en formar familia.
Vivimos en una pequeña partícula de polvo en medio de la inmensidad de la nada, girando alrededor de una estrella que no destaca entre otras miles de millones.
Y los especímenes que forman la humanidad -el sobre valorado ciudadano común-, prefiere ver Yingo a ir a ver un montaje de Antígona, bota sin culpa los papeles y otros desechos a la vía pública, cruza la calle a mitad de cuadra, no cede el asiento en el metro ni en la micro, toca la bocina como si esto le provocara algún placer sexual, maneja como energúmeno, y se relaciona con sus congéneres como si tuviera que competir con todos. Goza con el Kike Morandé, y cree que las noticias del Mega son buenas. Le gustan los derechos, pero le hace asco a las obligaciones. Y cree que es cool votar por alguien como MEO.
Los inteligentes son suficientemente inteligentes para darse cuenta que todos somos unos imbéciles, con capacidad intelectual insuficiente para comprender el mundo que nos rodea. En cambio, los otros están ahí, en puestos de poder, creyéndose Salomón.
La gente se ha acostumbrado a vivir “estupidizada”.
No hay espacio para la compasión, ni tiempo para mirar el azul furioso del cielo de septiembre. Es necesario organizar un show de TV para que podamos meternos la mano al bolsillo; y caminamos siempre apurados, mirando el suelo, no sé si para evitar la mirada de los semejantes, o con la esperanza de encontrarse plata botada; ambas opciones no me gustan.
Hay guerras, los bancos campean, los bosques se acaban y cada día se extinguen especies. Hay perros abandonados en las calles y a nadie parece importarle. Las Universidades de verdad ahí están, a medio morir saltando, y el gobierno actual parece que no está ni ahí con inyectarles recursos, y menos con inyectarles respeto.
La gente ya ha naturalizado que “el brazo de la ley” es más duro con el lanza que roba una billetera, que con el tipo que –de cuello y corbata- se echa al bolsillo cientos de millones de pesos a costa del abuso de la gente común. ¿Le parece “normal” (y no hablo desde el punto de vista del Derecho Positivo) que el abuso del retail con quienes usan sus tarjetas de crédito no sea delito? ¿Por qué no existe una sanción dura para quienes se hacen ricos con las universidades “marca chancho”, o con la especulación en la bolsa que es capaz de derrumbar economías enteras con tal de procurar algunos dólares a unos pocos? ¿Por qué tenemos un Presidente de la República que eludió la acción de la Justicia en los ‘80? ¿De verdad le parece “normal” que en el decil más rico se gane per capita 78,5 veces más que el decil más pobre?
Gente que participó activamente en la dictadura, aun se ve en cargos de importancia: los tenemos en el Congreso, en las Municipalidades y en el Gobierno central. Y no se ponen ni colorados. Y lo peor, al sobrevalorado ciudadano común no le importa.
Y lo peor de lo peor, lo que me hace dudar si levantarme o no de la cama cada día: no puedo hacer nada para cambiar eso…
…O, al menos, a veces despierto con esa impresión, como si el fuego interior del que siempre he estado tan orgulloso, se hubiera apagado por completo; a veces despierto así, sin fe en la humanidad, ni en el grano de arena que pueda yo aportar para mejorar el mundo. Esos son días en que mi fracasómetro marca el máximo.
…En esos días, aunque muy a contrapelo, es cuando me levanto con mayor fuerza, poniendo mejores empeños en esto de mejorar el mundo, porque cuando el fracasómetro marca así de mal, quiere decir que hay más pega. Y si el mal no toma vacaciones, nosotros tampoco deberíamos…
p.s.: Nótense las comillas en la palabra “normal”.